Cuando volví de Carlos Paz, la llamé por teléfono a mi prima y le pregunté si podía ir inmediatamente a la casa para sacarle fotos a todas sus olas. Sin dudarlo, me dijo que sí (ya se intuía algo).
Estos bocetos de olas marcaron mi adolescencia. En las vacaciones mientras ella bosquejaba olas con pastel al óleo en su anotador, yo escribía en algún cuaderno, las dos sentadas en la playa. Siempre me impresionaron... los movimientos, los colores entre mar y río. Mi fascinación por esas pinturas hizo que Mónica me regalara dos (a elección mía) y se convirtieron en espléndidos cuadros que exhibo en mi comedor. Por eso al pensar en la tapa de mi libro titulado "Olas sangrantes" no había posibilidad de otra imagen.
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